Friday, March 30, 2007


Te pido disculpas. Me equivoqué.

Al inicio, te taché de alguien poco cordial, desubicada, mayor. Y resulta que soy yo el crío que no creo ser. Fueron suficientes dos días para hacerme ver que no soy de cartón, un detalle que muchas veces olvido.

La fachada de la estación es parte de tu casa. Los trenes de las 4 se encargaban de recordarme lo céntrico que estábamos. Una casa en la que no cabía un alfiler entre libros, fotos y trastos para tu hermano pequeño.

Y sí, me abriste tu puerta para explicarme que estudiabas musicología, que te ibas a una fiesta punk el sábado noche y que odiabas todas las charlas del ayuntamiento que daban gracias a no sé qué. Y ahí fue cuando vi tu esfuerzo por hacerme ver que eres de carne y huesos.

Me reservaste la habitación que tenía un piano. Aquellas teclas blancas (algo grises a causa del polvo) y negras eran señal de que habrían contrastes entre tú y yo. Contrates que tu tolerancia eclipsaba con criterio.

Creo que he de aprender a simbolizar todo lo que quiera como me apetezca. Lo que quiero como lo quiero. Y no importa lo demás. No pasa nada si hago gestos algo obscenos para decir lo que quiero decir. No importa que ese alguien piense que soy algo infantil. No importa.

Como no importa que tus padres sólo se comunicasen conmigo mediante tu voz (a pesar de saber inglés) con ese aroma a café aguado que tanto detestaba cada mañana al levantarme. Pero ello, sin duda, también forma parte de ti, y no lo cambio.
Mayo se convertirá en el mes del reencuentro y del adiós (quien sabe si definitivo) que voy darte. Encájalo como quieras. Yo, estoy dispuesto a llorar.

Thursday, March 15, 2007


Ya no tengo ganas de acabar la carrera. Sólo tengo ganas de ver “Sensación de Vivir” (de lunes a viernes a partir de las 14:45 en canal 33) y alguna serie más que descargo de internet.

Las mañanas son diferentes cuando me levanto en el sofá y me doy cuenta que ayer jamás llegué a la cama. No me siento con fuerzas para arreglarme e irme a la universidad. Pero en cambio, sí tengo fuerzas para pensar en la excusa que voy a dar a mi madre diciéndole que finalmente entro más tarde a clase. Para eso, siempre tengo fuerzas.

Ya no sé que hacer. Porque la carrera cada vez se alarga más. Me quedan pocos créditos para terminar, pero parece que no es motivo suficiente para seguir adelante. Llega ese punto en que la vagancia es mayor que la fuerza de voluntad. Y mi problema no es que surja de vez en cuando, sino que ésta, no se marcha.

Y claro, ahora he descubierto las palomitas a media mañana. Una delicia sutil que no quita el apetito y apenas engorda. Son tan dulces o tan saladas, que te paras a pensar lo cálido que está siendo este invierno.

Por qué son más fuertes las palomitas, el sofá, o el pijama, que el trayecto ajetreado del autobús, las T-50 y las cuatro sillas anexas en tres columnas de cada clase? Por qué?

Hoy por hoy, las palomitas dejan sobre mí, su rastro de ausencia.