A veces, cuando creo que me he escondido bien, coges y me encuentras. Serás espabilada!! Lo que pasa es que no he sabido esculpir bien la sombra casi invisible que posa conmigo en cada autorretrato. Le quería dar forma con mis manos, y al final, le has dado la forma tú con las tuyas. Y mira que no me gustaban las lentejas de pequeño, pero ya haces que me las coma.
Llego tarde a las citas importantes, para que me mires, delante de la gente (aunque ellos no te vean) con mirada aterradora. -Shhhh, ya lo sé- te digo. Cosa que aún te saca más de quicio.
Mi camisa podría andar sola, de la mugre que lleva encima. Pero cuando más merezco que me odies, siempre que el deseo de dejarme ahí, se insinúa por tu mente, te das cuenta que es cuando más te necesito, y tu pensamiento, resbala hacia lo absurdo.
Te cojo del hombro y abrazo piedad.
Cojo a las criaturas y muchachotes que corretean en el jardín de lo aceptable. En el jardín no hay cabida para lo grosero. De que no haya gestos obscenos, ya te has encargado tú.
Juego en la parte del jardín que hay tierra, y mancho la camisa de botones beige con suficiente puntería para que lo vea todo el mundo, y de la piruleta de Julián, mi sobrino de cuatro años, cae casi fugazmente, un destello de alegría, en forma de baba. Ésta, se posa en mi corbata, dejándola roja.
Mientras suena el laúd me cercioro de que ya no soy suspicaz con los mocosos de pequeña edad y cuestiono si merezco todo esto. Risas que bailan con cava, problemas guardados en maleteros herméticos, chistes de toda la vida. Creo que iré a dormir sabiendo que ya no necesito nada más. Tan siquiera el dinero.
Voy al lavabo a rejuvenecer mi cara con agua del bidé. Allí me vuelves a encontrar. Agachado.
-Qué haces!!??- me preguntas.
-Pensar en lo mucho que te quiero madre. Pensaba, en lo mucho que te quiero.-